Cuando perdimos con Costa
Rica, mi hermano Yamandú me preguntó: ¿cuál es el verdadero Uruguay, este tan
parecido al de años atrás, o el de Sudáfrica? No fue una pregunta dirigida a
mí, sino a los Dioses, a la Historia, a alguna Entidad que pudiera dar luz al
respecto. Pero me dejó rumiando todo este tiempo, mientras se desarrollaba esta
extraordinaria tragedia en cuatro actos: sorpresiva derrota inicial, el regreso
del héroe y de la victoria, una nueva victoria pero con la pérdida del héroe
para siempre, y la derrota final.
Tras la eliminación ante
Colombia, Tabárez declaró que “esto” era a lo que Uruguay podía jugar. Y no se
refirió exclusivamente a ese partido y ni siquiera a su proceso de ocho años:
aseguró, casi como un desafío hacia el futuro, que sólo a “esto” es a lo que
podemos jugar. ¿Y qué es “esto”? Según el propio Tabárez, “esto” es no dejar
jugar al rival, disputar los partidos con el cuchillo entre los dientes y
forzar un error que nos permita ganar “a la uruguaya”. Desde 2010 hasta acá, la
mayoría de los periodistas deportivos uruguayos han repetido con orgullo que
Uruguay consiguió el 4º puesto sin haber tenido nunca mayor posesión de pelota
que su rival, como si eso fuera un mérito o un certificado LATU de calidad “a
la uruguaya”.
¿De dónde sacaron que eso es
“jugar a la uruguaya”?
Los que vivieron aquellos
tiempos, cuentan que los campeones de 1924, 1928 y 1930 jugaban muy bien al
fútbol y eran los mejores en el mundo. Sabemos que en 1924 la selección celeste
causó en Francia una sensación similar a la que provocó Holanda cincuenta años
después en Alemania.
El equipo de 1950 tuvo garra
para derrotar a Brasil en Brasil, pero aquellos finalistas eran muy parejos
entre sí, ninguno era claramente superior al otro. En ese contexto de paridad,
el de personalidad más fuerte, el de mayor convicción, se impuso. Pero es bueno
recordar que el legendario comentarista César L. Gallardo, apenas terminada la
final en Maracaná, no dijo que Uruguay hubiese ganado por la garra de Obdulio
Varela, sino porque Uruguay tenía al Robben de la época, Ghiggia, puntero
imparable y goleador. O sea, se ganaba jugando al fútbol.
Yo siempre tomo el mundial de
1974 como el inicio del fútbol moderno. Hasta 1970 la táctica y la estrategia
quedaban opacadas por el talento individual. Fue, lo que podríamos llamar, la
época romántica del fútbol, dominada por Brasil, Uruguay e Italia, y testigo de
la irrupción de Alemania como una cuarta potencia.
El primer mundial que vi con
comprensión del juego fue precisamente el de 1974. Y después de la tristeza y
vergüenza de ver a diez uruguayos correr 90 minutos detrás de la pelota que
diez tipos vestidos de naranja hacían circular para adelante, para atrás, para
los costados, como nunca se había visto jamás hacer a nadie hasta entonces, y
donde cada jugada terminaba con el gran Mazurkiewicz atajando la mayor cantidad
de pelotas que jamás en su vida profesional tuvo que atajar, después de esa
amargura, me transformé en admirador del fútbol de Holanda y lloré cuando
perdió la final contra los locales.
Ese fue el inicio de la era
actual del fútbol, que incorporó conceptos desconocidos hasta entonces:
dinámica, movilidad, descubrimiento y utilización de espacios, bloques
defensivos y ofensivos, transiciones, etc. Conceptos que implican un elaborado
plan de juego en equipo, e intérpretes (futbolistas) con técnica e
inteligencia.
Desde que esa evolución
comenzó, desde 1974 hasta 2006, se disputaron 9 Copas del mundo. A las de 1978,
1982, 1994, 1998 y 2006 Uruguay no pudo clasificar. En 1974 no pasó la fase de
grupos, con 1 empate y 2 derrotas; en 1986 y 1990 pasó la fase de grupos como
mejor tercero y perdió en octavos (entre ambos torneos ganó 1 partido -contra
Corea con gol en la hora-, empató 3 y perdió 4); en 2002 no pasó la fase de
grupos, con 2 empates y 1 derrota. Un resumen de 1 victoria, 6 empates y 7
derrotas a lo largo de 32 años. 9 goles a favor y 24 en contra.
Son estos números elocuentes
los que explican la pregunta casi desesperada de Yamandú: ¿qué Uruguay somos,
el de esos 32 años, o el del cuarto puesto en Sudáfrica?
Yo creo que el Uruguay de
esos 32 años de frustraciones es el mismo de estos 8 últimos años con cuarto
puesto en 2010 y entre los mejores 16 del mundo en 2014. Es el mismo Uruguay
que, según Tabárez, debe contentarse con minimizar las virtudes del rival y
esperar agazapado a que se le presente una oportunidad para golpear. Ese
Uruguay del que la mayoría de los periodistas deportivos dice con orgullo que
salió 4º tras jugar 7 partidos sin tener nunca la posesión de la pelota.
Yo pregunto: ¿a quién que
haya jugado alguna vez a la pelota (porque de eso se trata el fútbol, de jugar
a la pelota), le gusta correr detrás de ella, mientras los demás juegan con ella? ¿A qué niño le gusta que lo
agarren de “monito”? ¿Qué jugador -profesional o no- en el mundo, prefiere
correr como un imbécil detrás de la pelota, en lugar de tenerla, acariciarla,
pisarla, disfrutarla, y compartirla con sus compañeros de equipo? Tenemos
jugadores que saben jugar muy bien a la pelota. ¿Por qué utilizarlos casi
exclusivamente para correr detrás de ella? ¿Por qué esa imagen repetida de
nuestros temibles delanteros desgastándose más de una hora corriendo a los
defensas rivales?
Una de las razones por las
que el fútbol es tan apasionante es porque no necesariamente gana el mejor.
Pero el mejor suele ganar más veces que el peor. Un equipo puede ganar jugando
peor una vez, dos veces, hasta tres… pero no siete. No siempre te va a pasar
que Gyan erre el penal en la hora, o que Gerrard habilite a Suárez mientras te
apedrean el rancho.
Mientras haya gente como
Tabárez que piense que el destino del futbolista uruguayo es correr detrás de
la pelota que mueven mejor nuestros rivales, mientras eso pase, la regla serán
los 32 años de frustraciones, y la insólita excepción el 4º puesto de
Sudáfrica.
Pero no son todos palos para
Tabárez. Tabárez diseñó un plan de trabajo que obligaba a que la selección
estuviera por encima de los intereses de los clubes, que hubiese un proyecto
único de selección en todas sus categorías, que hubiese un “perfil” del jugador
de selección, para el cual no sólo cuenta su destreza, sino también su
profesionalismo, inteligencia y compromiso grupal. Haber logrado eso es un
mérito enorme de Tabárez. Y gracias a ello, Uruguay mejoró notoriamente su
competitividad.
También es mérito suyo y de
otros técnicos de su estilo, comprender que no podemos intercambiar golpes con
rivales superiores sino que debemos defendernos y contragolpear. Está bien,
pero a juzgar por cómo jugamos, ¿todos nuestros rivales son superiores? Porque siempre jugamos a defendernos y al
contragolpe…
La personalidad del
futbolista uruguayo es insuperable. Hay selecciones -pocas- que pueden tener
tanta personalidad como nosotros, pero no más. Esa personalidad y nuestra rica
historia, que nos permite legítimamente sentirnos campeones y herederos de
campeones, nos otorga una ventaja enorme sobre otros países. Pero si no somos
capaces de tener la pelota, de disfrutarla, de jugar con ella, esa personalidad
y ese linaje no alcanzan. Yo creo que los grandes futbolistas que vienen de sus
exitosos equipos europeos para ponerse la celeste son héroes nacionales. Porque
la verdad, con la mano en el pecho, hay que tener amor por la camiseta para
salir a la cancha a ser el monito de los rivales, partido tras partido, a
escuchar el ole de la tribuna, con los dientes apretados y la esperanza de que
se te presente esa única oportunidad para sacarte toda la bronca de encima
gritando un gol. Después de todo, al fútbol hay que jugarlo, no sufrirlo. Y
estos cracks nuestros están acostumbrados a jugarlo y jugarlo bien. No hay por
qué pedirles que sufran. Y encima decirles que será así para siempre jamás, que
ese es el camino, que eso es a lo único a lo que puede jugar Uruguay. Por
favor…
La razón porque les escribo
esto, es porque me preocupa de verdad el simplismo con el que se está manejando
esta eliminación. El “caso Suárez” y las victorias ante Inglaterra e Italia,
nos dan un pretexto fabuloso para barrer debajo de la alfombra y creer que está
todo bien. Y lo que yo creo es que mientras nuestros jugadores entren a una
cancha de fútbol para correr detrás de la pelota, mientras nuestros grandes
delanteros deban gastar sus energías persiguiendo rivales, mientras eso suceda,
la cosa no está nada bien, y no habrá garra que alcance. Y quiero creer que si
de a poco logramos que los uruguayos, los consumidores de fútbol en Uruguay,
tomamos conciencia de que lo primero y más importante es respetar a la pelota,
tratarla bien, tal vez ayudemos a que los atrofiados mentales que dominan el
fútbol uruguayo, empiecen a comprender que no se puede jugar a la pelota, sin
la pelota.
Escribo esto porque el “caso
Suárez” y las victorias ante Inglaterra e Italia nos dan un pretexto fabuloso
para barrer debajo de la alfombra, decir que perdimos por culpa de la FIFA y
que con nosotros está todo bien. Y yo creo que la cosa no está nada bien.
Ninguno de nosotros tenemos
la posibilidad de cambiar el fútbol uruguayo. Pero al menos podemos tomar
conciencia de cuáles son nuestras verdaderas limitaciones, hablar con nuestros
amigos para hacérselas ver a ellos, publicar en la web lo que verdaderamente
nos pasa. Desde hace cuarenta años, quienes dirigen el fútbol uruguayo creen
mayoritariamente que nuestro único modo de competir es cediendo la pelota al
rival y esperar por una oportunidad propicia para convertir. Por favor,
¡volvamos a ser los dueños de la pelota! Si de a poco todos vamos comprendiendo
que nuestros enemigos no son la FIFA ni las conspiraciones mundiales, sino que
nuestro principal problema es que estamos peleados con la pelota, tal vez de a
poco logremos que los atrofiados mentales que gobiernan el fútbol uruguayo
comprendan que no se puede jugar a la
pelota, sin la pelota.